Los seres humanos tenemos una capacidad de disociación alucinante. Sólo así se explica como, por ejemplo, tras miles de películas en la que los nazis son absolutamente malvados sigue habiendo personas nazis. En comics, novelas, el cine y el teatro hay historias de tremendo éxito que dejan claro quienes son los buenos y quienes los malos: de heroicas luchas de pobres contra multinacionales, de resistencia al capitalismo depredador, de búsqueda de nuevos horizontes de mayor humanidad en la educación, la sanidad... historias con mensajes de amor a la naturaleza, compasión por el más débil o compromiso y resistencia ante el ascenso de la opresión.
¿Quizás casi nadie admite ser el malvado en la vida real? ¿Puede que nadie relacione sus ideas y comportamientos con los de los malvados absolutos porque visten de uniforme y su maldad es, casi siempre, física? Lo cierto es que después de ese rato entretenido en la butaca del cine o teatro, en el sofá o en la mecedora del porche, el mundo sigue girando. Es verdad que casi nunca los buenos no son tan buenos pero al menos deberíamos tener un modelo con el que empezar a comparar.
En realidad, el mal casi siempre se va alimentando poco a poco, con comportamientos y posicionamientos pasivo agresivos. Es algo muy complejo.
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