Empecé a ver la serie sobre El Pingüino, ya sabéis, el villano de los comics de DC, uno de los antagonistas a Batman. Los análisis en clave estético/política de productos pop son tan frecuentes a día de hoy que he llegado a rechazar cualquier tentación por mi parte de darle muchas vueltas a ciertos productos de entretenimiento que introducen ciertas dosis "sofisticación" real o fallida.

El Pingüino es un producto audiovisual realizado con mimo, medios y ánimo. Buena parte del guion esta bien conseguido, es entretenido, tiene ritmo, tiene gancho. Las interpretaciones están bastante bien, en especial la de Collin Farrell, caracterizado hasta lo irreconocible, como protagonista. Así, como digo, las peripecias de Oz Cobb en su intento de ascenso a la cúpula del crimen organizado, la construcción del personaje, etc hacen esa parte de la serie un producto excelente. Pero luego se introduce un personaje "externo" al universo en el que se desarrolla la acción, la interior del protagonista y le que ocurre en el exterior, en las calles y el mundo del crimen organizado... un recién llegado de alma cándida que el protagonista adopta como pupilo para mostrar, a través de sus ojos, quien es realmente el archienemigo del hombre murciélago. Un recurso trilladísimo, super obvio, repetido ya un montón de veces en películas de ambientación parecida.
Y uno se pregunta: ¿tanto esfuerzo logístico, tanto talento... y bueno, luego caemos en cosas así?