
Terminé hace unos días "Alta fidelidad" de Nick Norby con una sensación agridulce. Para los que no habéis leído el libro ni visto la película del año 2000 de Stephen Frears (aunque por algún motivo esta segunda se desarrolle en Chicago, no en Londres) es la historia de la ruptura y posterior reconciliación de Rob Flemming (Rob Gordon interpretado por John Cusak en el filme) narrada por el protagonista, una especie de análisis en primera persona de todas sus neuras y taras agravadas por la edad y su situación personal: se ve a si mismo, a su empleo (es propietario de una tienda de coleccionismo musical) y a la gente que le rodea "mediocres".
Es fácil que al lector le caiga mal el señor Flemming: al pobre lo único que le pesa es que ya no es ningún chaval y no ha cumplido ninguna de las expectativas que NO tenía para su vida y que sigue sin tener. Sin embargo el libro me ha gustado. Está bien escrito y, siendo bastante cortito, no es reiterativo (una de las características se su protagonista), me ha parecido una agradable descripción del egocéntrico capullo. Alguien lo suficiente consciente de su vida para lamentarse de todo lo malo que ocurre en ella pero nada dispuesto ha hacer algo para cambiar.

También dejé de ver Sons of Anarchy (2008) creada por Kurt Setter, autor también de la magnífica The Shield. Moteros grandes y malotes que tienen su motoclub organizado como grupo mafioso. Tengo que reconocer que me costó trabajo empezarla: le tengo un poco de manía a los motoclubs de mi ciudad, aunque adore a alguno de sus miembros y me lo pase tan bien en algunas de sus fiestas. Además detesto los códigos sociales subculturales llevados al extremo: la idea de la hermandad entre sus miembros vacía e infantil, más presente en el rito que en la esencia de la asociación de sus miembros.
Los miembros de Samcro son egoístas, infantiles y primarios. En las casi cuatro temporadas que he visto, de unos diez-once capítulos que he visto, su evolución psicológica es mínima y sus personajes prácticamente nunca se atienen a las reglas y a esa lealtad a una causa mayor de la que tanto presumen. Las propias dudas de Jax Teller no son más que lloriqueos. Sus personajes con su único carisma depositado en su estética, no son más que patanes con un ego extraño.